LA RAZÓN DE UNA ILUSIÓN

Por JOSÉ GALILEO CONTRERAS ALCÁZAR

Es el medio día, la paz del domingo invade con su blanquísima luz las ventanas de esta habitación, amable sí, a las 10 pasó el doctor Ramón con sus instrumentos para la presión, mi corazón “como un toro, pero no olvide sus pastillas”. Ya espero la hora del dominó en que podamos probar algún aperitivo con los compañeros de esta casa. No me puedo quejar, para haber sido un trabajador de cuello azul por más de treinta años, no se me quitan las ganas de amistar con los viejos, sobre todo, que son los compañeros de todos los días, y con los jóvenes que vienen de no sé qué colegios tres veces por semana. Me gusta jugar a ser el abuelo que nunca fui, y platicar de las cosas que ya no recuerdo. Tampoco puedo precisar bien si los que nos visitan son siempre los mismos o son otros, pero lo mismo da, porque lo que ellos me dan a mi es esta bella ilusión de saber que en los noventa años de vida que llevo, y por los que me queden aún, ni viviré ni moriré solo.

NUBE ALBAR

Estoy brincando de alegría esta mañana. Entramos en el elevador y Kenji parece inquieto: las luces, los espejos, y esta doble compuerta que se cierra tan cerca de mi nariz. Siento que me jalan desde atrás con suavidad, pero con firmeza. Oigo la apertura automática tintinear, desencarcelándonos en el espacio hacia nuestro tiempo de recreo fuera del portal. Libertad de movimiento: el portón y la calle nos aguardan. Doy saltos celestes desde la acera hasta el parque. El cielo, veloz y luminoso, nos saluda. Quiero escalar el aire para sentarme a tomar sol en aquella nube albar.

MAR MARTÍNEZ LEONARD (Texto y fotografía)


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