El azote del hambre

Por ANTONIO ARJONA

Mi hija Silvia, mi hijo Daniel y yo elevamos sueños hasta la luz del sol para construir con ellos nuestro hogar. Despertamos, y la realidad nos da un buen vaso de mala leche. Esta tarde, mientras escarbaba en uno de los contenedores que nos suministra el menú diario, Silvia devoró una salchicha sin que yo descubriese la fechoría. Al llegar la noche, para cenar, tan sólo había sopa de esperanza y frío. Silvia entró en la chabola y vio como su hermano Daniel era azotado por la sucia mano del hambre, la culpa le dio patadas en las tripas hasta que vomitó la carne arrebatada de las fauces de la miseria.

antonioyarjona@gmail.com

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Ilustración de Elian Tuya


La sirenita del Mediterráneo

Por MAR MARTÍNEZ LEONARD

Hace muchos años vivía a orillas del Mar Mediterráneo una muchacha excepcionalmente bella llamada Marina. Era hija única y su padre murió siendo ella muy joven. Algún tiempo después, su madre enfermó de gravedad y Marina se dedicó por completo a cuidarla. La única distracción de la muchacha era bajar por las noches cerca del mar cuando su madre estaba dormida.

Cada noche, Marina iba hasta la playa y se sentaba sobre las rocas. Muchos pretendientes la cortejaban, atraídos por su mirada hechicera, su dulce voz y su largo pelo coral ondulado. Pero ella rechazaba a todos y cada uno de los muchachos que la pretendían mientras estaba posada sobre el arrecife: “No tengo tiempo de encontrarme con nadie”, les decía, “ estoy muy ocupada”.

Poco a poco, Marina se volvió taciturna y contemplativa. Durante sus salidas nocturnas escuchaba las olas romper y observaba la luz de la luna y las estrellas reflejarse en el agua plateada del Mediterráneo. Sus pasos desprendían un aire místico y parecía estar fascinada por el melodioso canto de las aves que nadaban sobre el mar. En algún momento, se empezó a rumorear que había perdido la razón, y estas habladurías llegaron incluso a oídos de su madre.

Un día su madre, intrigada, le preguntó cuál era el motivo de sus visitas nocturnas a la playa, a lo que Marina respondió: “Madre, voy al encuentro de mi amado el Mar”. Muy sorprendida, ella exclamó con inquietud: “¡Hija mía, si sigues así, te convertirás en pez!”

Pero esto no hizo que Marina dejara de bajar a la playa cada noche para sentarse junto al mar y contemplarlo mientras su madre descansaba. Y poco después de esta conversación, la madre de Marina falleció. Tras sepultarla, cuentan los ancianos que Marina bajó a la playa una noche, se desvistió, se adentró en el mar y nunca más se la volvió a ver salir del agua.

Desde entonces se dice que en las noches de luna llena se divisa sobre los peñones de Almuñécar la silueta de una sirenita tumbada observando el horizonte, que después flota sobre las olas y se sumerge en su agua argentada.

En días nublados, se siente un revolotear junto a la lápida de su difunta madre, y una figura invisible se posa en arbustos de buganvillas rojas y doradas, guardando la tumba con su fresco vuelo azul.


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