Por MAR MARTÍNEZ LEONARD
El teléfono suena.
-Habla Andrea. ¿Me regala un número de contacto?
-No tengo un número que pueda dejarle, señorita, he sido arrestado y necesito un abogado.
-No se preocupe, déjeme su nombre y el teléfono de un familiar o de un amigo.
Ross acaba de cruzar el portón de entrada al bufete y Andrea siente su presencia detrás de la oreja, junto al identificador de llamadas: “No estoy autorizado en esa jurisdicción. Cuelga ya, tienes otra llamada”.
-Lo siento mucho señor, pero no podemos ayudarle. Nuestro despacho sólo trabaja localmente. Le deseo buena suerte.
La figura de Ross se mueve ahora como un yoyó que se aleja y se acerca visitando archivadores frente a Andrea.
-Necesito la carpeta de las doce.
-Ya la tiene, señor. Está sobre su mesa.
Andrea camina hacia la cocina y sirve dos tazas de café, luego va hasta el despacho gris de Ross y posa una de las tazas sobre el escritorio abarrotado de papeles. Se oye el timbre, y detrás del portón hay una mujer hispana de unos treinta años con un niño pequeño de la mano. Otro niño y una niña más mayores entran también con ella.
-Pasen, por favor. ¿Le apetece un café, o quiere agua para usted o los niños?
-Ah, qué amable. Sí, por favor; un café y dos vasos de agua.
Andrea va hasta la cocina, vuelve con dos vasos de agua mineral y una taza de café, luego entra en el salón de reuniones, donde está la hija de Ross: “Tengo que hablar contigo. Por favor, no des café a los clientes. Sólo agua está bien”.
Andrea vuelve a su escritorio:
-El licenciado se reunirá con usted en unos minutos -dice a la mujer hispana.
Andrea busca una emisora con música tropical y sube un poco el volumen. En su escritorio guarda un pequeño tesoro de datos de personas que han sido arrestadas y aún no tienen representación legal. Aguarda afanosa la hora del almuerzo en que estará sola, quizá algún otro bufete de extranjería probono llevará los casos.
-Me voy a almorzar, y luego a casa.
-Muy bien, doña Darna.
-Una cosa más, déjame las cartas dentro de mi oficina, no afuera.
-Por supuesto, doña Darna. No volverá a ocurrir.
Ya sólo quedan Ross y su hija en la oficina. En unos minutos, la hija de Ross terminará la reunión con su cliente y se irá a almorzar. Entonces, Andrea tendrá chance de hacer esas llamadas.
-Me voy a almorzar. Va a venir a limpiar Sonia. Por favor, abre la puerta si no he vuelto.
-Por supuesto, don Ross.
La puerta de la sala de reuniones se abre y sale de ella la hija de Ross, seguida por la mujer hispana con los niños.
-Abre un archivo nuevo y guarda estos documentos en él.
-De acuerdo. En seguida.
La mujer hispana sonríe y dice adiós.
-Me voy a almorzar.
-Muy bien.
Andrea corre hacia su mesa. Quizá no coma nada hoy. Hay cacahuetes en la cocina. Saca su pequeño tesoro de nombres y números, y descuelga el teléfono.