La fiebre del oro negro

Por JOSÉ GALILEO CONTRERAS ALCÁZAR

Teníamos las manos negras, de los pantalones chorreaban gruesos hilos viscosos que venían a dar a la arena, más negra aún, de la playa. No quedaba un alma en la ciudad, todos venían a borbotones a buscar algo que hacer con ese oro acumulado que al final nos había empobrecido. Las gaviotas y palomas no podían volar, terminaban como manchas muertas en cualquier acera, los peces muertos más grandes los pasábamos de mano en mano por grandes filas de hombres y mujeres que ahora maldecían la voracidad del caos que el petróleo nos regalaba. Qué nos deparará ahora si después de tanta compañía, después de tanto progreso a su lado, solo nos veníamos envenenando, si después de venerar las venas negras que nos hacían mover el mundo ahora el mundo nunca más se movería. Era triste, pero también fue grandemente esperanzador que desde ahora nosotros seremos los que movamos al mundo.


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