
Por Galileo Contreras Alcázar
Algunas veces lo desconocido llega por sorpresa, y eso que mi labor diaria me hizo casi insensible a las movidas más viscerales del entorno, la nota cotidiana es mi vida. Recuerdo la tinta fresca de los diarios al dirigirme al colegio, me quedaba un momento frente al quiosco y respiraba los encabezados más insólitos. Ahí supe qué sería mi vida: llevaría por siempre el estigma de la letra impresa en mi frente, dedicaría mi esfuerzo al trabajo periodístico y aparecería mi nombre en todas partes; un sueño ingenuo, pero a medida que crecía, cada vez más real. Tantas primeras planas me dieron que el oficio se volvió monótono, al fin uno se acostumbra a escribir por obligación. Pero también el curso ordinario de los días se rompe, y lo que sabemos que era la libertad se consume. Entonces, de un momento a otro el oficio se vuelve peligroso y la censura se predispone a costa de los valientes, quien diría que lo que antes era crítica ahora sería alabanza para los que detentan el poder. Mordaza es ahora lo que no supimos cuidar como ciudadanos, pero ¿qué haría yo por publicar lo que ahora me callo?